Democracia, Realismo
y la vía pacífica al Cambio.
Antes de leer: Esta entrada menciona a personajes reales de todos los signos políticos como a Balmaceda, Marmaduque Groove, C. Ibañez del Campo, S. Allende, A. Pinochet; recomendamos leer la entrada completa antes de opinar o hacer un comentario. Y por supuesto, ahorrarse los comentarios destructivos, o insultantes, todos los demás comentarios se agradecen, con la opinión de todos se puede hacer algo mejor.
¿Es posible llegar a la monarquía a través de la democracia?
¿Qué diferencias existen entre un sistema y otro?
Para comenzar, vale decir que solo existen dos maneras de
realizar cambios profundos, una pacífica y una violenta; tradicionalmente se ha
asociado la primera con las reformas y la segunda con las revoluciones, de las
que son paradigmáticas la revolución francesa y las guerras de Independencia en
nuestras Indias y la Federación Norteamericana.
Las reformas en cambio son medidas pequeñas que apuntan a un
cambio grande en un mediano y largo plazo.
Pero antes de continuar con aquello, vale preguntarse: ¿qué
es lo que a nosotros como realistas no nos gusta de la democracia? Pues hay
varias cosas, que esperamos se puedan ir dilucidando con la lectura en general
de las entradas de este blog; pero hay una cosa que resulta especialmente
atingente a lo que queremos expresar en esta entrada: Su violencia.
Seguramente el lector, pensará que con aquello nos referimos
a la violencia de origen de los sistemas republicanos-democráticos; pensará que
nos referimos a las guerras y revoluciones antes mencionadas y llegará a la
conclusión de que eran el precio justo que solo se pagaría una vez para obtener
la libertad de manera definitiva; pero no va tanto por allí nuestra objeción al
sistema democrático, esta va por la violencia constante que este ejerce sobre
aquellos que viven en él.
Para aterrizar y esclarecer lo que estamos diciendo,
piénsese en Chile antes de 1973; la gente decía lo que deseaba convencida de
que sus libertades estaban resguardadas por el Estado de Derecho, las opiniones
iban y venían sin ninguna restricción, pero ¿había realmente la libertad que se
pretendía?; lo cierto es que no. Una vez acaecido el golpe de estado en
Septiembre del año 1973, una parte importante de la población era perseguida;
pero ¿era perseguida por hablar o actuar contra el dictador, o por opinar
libremente después del golpe? No, eran perseguidos por lo que habían dicho o
hecho antes del golpe militar; en ese sentido, la democracia solo había sido la
previa, el momento de identificar quienes eran los enemigos, para saber a qué
compatriotas torturar después, Pero, ¿Es esto algo reservado a la derecha?; lo
cierto es que no, golpes militares de izquierda hubo en el siglo XX, un 11 de
Septiembre de 1932, Marmaduque Grove, socialista, perpetraba un golpe de estado
contra el presidente radical de aquel entonces, quién solo duró unos días en el
cargo. Tras el golpe, se instaló una junta militar a presidir el país, tal como
pasó después del año 1973.
Pero nótese: tanto la derecha como la izquierda han llevado
a cabo golpes de Estado, y sin mirar mucho en el pasado, hace unos meses
sucedía en Santiago algo realmente llamativo, mientras Cristían Labbe, alcalde de
Providencia homenajeaba a Krasnoff, un torturador de sus propios compatriotas,
el Partido Comunista mandaba flores a John Kim Il, dictador comunista en Corea
del Norte, es decir ¡Ambos extremos de la política apoyaban o admiraban a
dictadores!
¿Y qué beneficios trae la dictadura? NINGUNO, solo trae
males como la muerte de nuestros compatriotas. Las dictaduras son el resultado
de poner la ideología sobre el compatriotismo; ¿Cómo puede pesar más una idea
política que el connacional? Es absurdo, pero créalo o no ese odio tiene un
periodo de incubación, no aparece de la noche a la mañana, sino que va
creciendo lentamente, y para ello, utiliza el periodo pacífico de la
democracia.
Esto sucede por una razón no menor, una contradicción entre
el ideal con el que la democracia se vende y la realidad de la democracia
misma. Esta está hecha, al igual que todo sistema político para mantener en el
tiempo cierta estabilidad; no hay nada más detestable para el hombre que el
cambio rápido y la inseguridad sobre el futuro. Pero su discurso es el del
poder… ¿Poder para qué?, justamente para poder obrar cambios ¿Qué clase de
cambios? ¡Aquellos que van a favor de la propia ideología política!, los cortos
periodos de tiempo (junto con ser una traba para cualquier obra a largo plazo,
y una forma de privilegiar lo urgente por sobre lo importante) son una forma de
frenar ese poder que tiene el candidato. Allí el problema, no puede ver que una
elección genere los cambios que busca. Durante los periodos pacíficos de la democracia,
el candidato se contenta con llevar a cabo pequeñas reformas -que por lo
general duran hasta que cambia el signo del gobierno- o con abordar lo urgente.
Al agruparse los candidatos en partidos, el presidente en funciones no puede
elaborar proyectos a largo plazo sin pensar en que problemas o beneficios
legará a su sucesor (según sea del partido opuesto o del mismo partido). Esta
problemática, va centralizando la política, lo que destruye toda posibilidad de
cambio permanente y ofusca a los políticos. Tal vez por esto mismo, cualquier
cambio que se obre en cualquier sentido es visto como un peligro para el
sistema mismo, y además debe ser llevado a cabo al límite del sistema. De esto
se desprende que el discurso democrático es uno que aviva los ánimos
reformadores de los políticos, y luego los trunca, a la vez que lleva a estos a
encontronas en nombre de la libertad de expresión que solo sirven para avivar
los odios entre unos y otros.
Este proceso es uno estructural de la democracia, y por lo
mismo no es arreglable; la democracia siempre será un sistema que avive los
odios entre los sectores políticos y los haga encontrarse en aquel momento que
decide la aparición de una dictadura, dictadura que por lo tanto es parte de la
democracia, es su consecuencia inevitable.
Este proceso se ve afirmado por el hecho ya mencionado más
arriba de que los políticos ponen sus ideologías por sobre la integridad de la
nación; esto es algo que se ve con claridad en las ideas del comunismo, que al
ver la nación como una forma de enajenar al proletario, y ver como objetivo a
corto plazo la dictadura del proletariado, permite que el político comunista
sea capaz de ver en el empresario compatriota, no un connacional, sino un
adversario. Además las diferencias políticas permiten al empresario ver también
al comunista como un adversario del que hay que defenderse (o eliminarlo como
se vió en múltiples dictaduras) y no como a un compatriota o un connacional.
Al ponerse la ideología sobre la nación, nada importa pedir
ayuda a una potencia extranjera para imponerse al compatriota; le sucedió a los
Griegos; según el historiador Fustel de Coulanges, los griegos se dividieron en
dos partidos, los de los hombres pobres y el de los hombres de familia; unos
buscaron apoyo en Macedonia, y los otros en Roma; cuando un grupo se impuso al
otro la Helade desapareció. Eso mismo o algo preocupantemente similar sucedió en
nuestros países, ¿No vimos a Allende ir a Moscú a pedir apoyo para los cambios
que deseaba obrar? ¿No trajo Pinochet a los “Chicos de Chicago” para que
cranearan su sistema?; nuestros países se convirtieron en colonias flotantes,
durante la guerra fría, en la disyuntiva Federación norteamericana/Unión
Soviética, antes de eso, en la disyuntiva eje/alianza, y así sucesivamente.
Esto ¿No se parece a entregar la patria?
Esto exige solo una solución, que los miembros de la nación
vean la existencia de los vínculos que los unen. Ahora bien, esto exige a su vez
que se justifique la existencia de la nación… ¿porqué esta no es pura
enajenación como plantea el comunista? Más de alguien se habrá preguntado ¿Para
que las fronteras, para que las divisiones? La pregunta no es la correcta. La
pregunta a formular es ¿Por qué el vínculo con unos y con otros no? Es entonces
cuando uno puede dilucidar mejor la razón. Vincularse con el mundo entero sería
lo mismo que no tener vínculos, desde una perspectiva psicológica si se quiere,
no puede haber pertenencia a aquello que es totalmente homogéneo, esa sería en
algún modo una identidad sin identidad. Pero nótese otra cosa relevante que
funciona como obstáculo para la “unificación universal” es imposible que un
individuo o grupo de individuos pueda acabar con todos los males de la tierra,
los recursos simplemente no alcanzarían. Si alguien tiene los recursos para
ayudar a otro, pero son varios los que sufren ¿Cómo priorizar? Allí está el
punto, la frontera no es un límite para no apoyar al que está más allá de ella,
es un medio para priorizar, quién es aquel más cercano, quien es aquel con
quien más me vinculo.
Esto marca la importancia de la nación y de las fronteras
que la contienen, ese es un círculo inviolable, es el grupo de personas, de
cualquier edad, sexo, condición o estirpe que ‘están dónde yo estoy’. Con esto
no decimos que uno debe respetar a quienes están dentro de ese círculo y
maltratar a quienes están fuera, sino que en el esfuerzo por vivir en armonía
con la humanidad entera, el primer punto desde el cual hay que partir es la
nación misma. Por eso, el daño que se hace a otro es un daño que se hace a la
nación entera, de allí que esta deba ser el límite para toda ideología. Esto
también se puede expresar de otro modo: en un mundo en el cual acabar con la
guerra es imposible, el primer esfuerzo por vivir en paz debe hacerse con el
que está al lado.
Sintetizando; si el realismo cree que la nación es lo más
importante, o mejor dicho, el punto de partida y aquello que se debe preservar,
no es posible aceptar un sistema que utilice la violencia (como el despotismo y
la dictadura), ni uno que desemboque en ella (como ya mostramos que es la
democracia); El realismo está entonces obligado a buscar una solución pacífica,
que le permita abolir los sistemas violentos o tendientes a la violencia, como
la democracia (que al desembocar inevitablemente en la dictadura viene siendo
una y la misma cosa con ella, se dan de modo más o menos cíclico) de la forma
más pacífica posible.
¿Cuál es la forma
más pacífica de llegar al realismo?
La forma más pacífica es la forma legítima, y la legitimidad
depende de lo que el pueblo esté dispuesto a aceptar. Hoy en día, la forma
aceptada por todos para obrar cambios, aún cuando todos sepan también que es
casi inservible para ello, es la democracia (en su fase pacífica, ya que como
se dijo, la fase violenta de este sistema, la dictadura o la guerra civil, si
logra cambios, y es la manera elegida periódicamente por los políticos para
lograrlos, así, vivimos durante décadas bajo la democracia de los ganadores de
1891, vivimos un tiempo en la democracia de Marmaduque Groove, vivimos luego
bajo la democracia de Carlos Ibáñez del Campo, vivimos hoy bajo la democracia
de Pinochet, y viviremos en el futuro bajo la democracia que el próximo
dictador cree para nosotros).
Por ello, es necesario primero, incorporarse al proceso
democrático, y llegar a él pacíficamente. Luego, “alcanzar el poder”, para
después proceder con los cambios necesarios. Por supuesto, estos no pueden
hacerse drásticamente en un solo gobierno; es necesario hacerlos lentamente a
lo largo de varios gobiernos, todos los cuales solo podrán ser conseguidos en
la medida que el realismo pueda ser visto como confiable, seguro, y por sobre
todo, legitimo, es decir, sin violencia. Ello requiere un enorme esfuerzo por
evitar o impedir los golpes de Estado o guerras civiles durante esos periodos,
sin atentar contra la libertad de expresión (parte de la democracia que a su
vez permite insertar los cambios.) Esto debe hacerse creando unión, no
dividiendo, mostrando los lazos y empoderando al pueblo como un todo, es decir
desintegrando la democracia desde su interior, aquí es necesario hacer otro
paréntesis, también relativamente largo…
La democracia ¿es o no vehículo de expresión del pueblo, si
como ya dijimos, tiene libertad de expresión?
Esa es una pregunta incompleta, la pregunta real es ¿quién
tiene libertad de expresión en la democracia? ¿el pueblo, los políticos, los
poderosos?...
El realismo parte de la siguiente premisa: La democracia es
un sistema que engañando al pueblo, le hace creer que tiene algún poder cuando
en realidad la democracia no se lo da. ¿Cómo?
Es cosa de mirar el proceso eleccionario ¿tiene el pueblo
participación directa en las decisiones que se toman a nivel de gobierno? La
respuesta es no, pero esto no es tan inquietante, bien se puede argumentar que
para ello no existe la capacidad, el problema es que el pueblo convencido de
esa excusa, permite que su participación sea reducida y hasta pasada a llevar
innecesariamente. Véase la elección presidencial por ejemplo, ¡El pueblo vota
solo cada 4 años; toda su participación política consiste en echar un papel con
una raya en una caja!, raya que solo puede ser hecha a favor de aquellos
elegidos por los partidos (Es peor aún si se toma en cuenta que en las últimas
elecciones alcaldicias, aparecieron urnas enteras en vertederos, en uno de los
países con los índices de corrupción más bajos del hemisferio como lo es
Chile). La situación da para preocuparse aún más al observar el sistema con que
son reemplazados los parlamentarios cuando no alcanzan a terminar su periodo
¡Son designados por un partido político y no re elegidos! Lo que abre la
interrogante ¿a quién representan los parlamentarios, al pueblo o a su partido?;
para colmo, puede uno fijarse como operan los filtros cuya función es impedir
el surgimiento de diversidad, partiendo por las campañas de todos los cargos de
elección popular. Estas deben ser informadas, pero no existe ningún canal que
de información homogénea y contundente a los ciudadanos, estos deben guiarse
por una propaganda vacía de contenido, a la que solo han podido acceder los
candidatos que han podido pagarla. Así aparecen candidatos el día de la
elección que son completamente desconocidos por los ciudadanos (esto se da
especialmente en las elecciones de Alcalde, parlamentarios y concejales). Lo
peor, es que la gente no tiene ningún interés en arreglarlo; ese interés no
aparece justamente porque los ciudadanos, cuyo único derecho político se puede
resumir en echar un papelito en una urna, se dan cuenta de que participar en
esas elecciones no cambia absolutamente nada.
Es peor aún cuando analizamos quienes son finalmente los que
sacrifican sus vidas al haber dictaduras o guerras civiles ¡Esos mismos
ciudadanos! Es cosa de mirar que pasó con José Manuel Balmaceda, presidente
liberal, que al momento de suceder el fratricidio de Lo Cañas, se encontraba en
una fiesta, mientras soldados de ambos bandos (todos ciudadanos chilenos) se
mataban entre sí.
Entonces, ¿cómo puede el realismo pretender usar la
democracia para expresar los deseos del pueblo a favor de la monarquía?
Los pasos que debe seguir el realismo, son justamente los
que lleven a la activación del pueblo, a su educación, a darse cuenta de que el
realismo es la mejor opción para el país, a la vez que debe abrir vías de
participación y comunicación efectivas. El realismo tiene que comenzar a
destruir la democracia, poniendo el gobierno al alcance de las personas. Esto
no es un perfeccionamiento de la democracia sino su destrucción; aún en la
monarquía el pueblo tuvo participación activa en los gobiernos, que aunque
locales, eran justamente los encargados de velar por la calidad de vida de sus
vecinos (el equivalente de la época para los actuales ciudadanos) por ello, la
participación no puede ser algo distintivo de la democracia. Lo distintivo de
la democracia, es que bajo el cuento del poder popular se escondan los mismos
políticos y poderosos; eso es lo que hay que atacar, por supuesto, usando los
métodos institucionales, y usando, no la violencia, sino la mano rigurosa (algo
más o menos como la idea portaliana) para aplacar definitivamente los ánimos
golpistas que se originarán naturalmente.
Solo una vez que el pueblo tenga más poder, y que el
realismo se pueda sostener en el gobierno por un par de periodos realizando los
cambios en pro del sistema monárquico con la legitimación adecuada, se podrá
comenzar a recorrer el camino de la restauración monárquica, lentamente, no de
golpe, imitando al proyecto de monarquía brasileña de 1989, modelo que hoy
tiene la monarquía española, y que debe ser el primer paso para avanzar hacia
la monarquía tradicional. Por supuesto es menester que el Rey de España o
alguien de su casa acepte la posibilidad de ser Rey de Chile, de lo contrario
será todo trabajo perdido; como se debe lograr esto último, es cosa que se
tratará en otra entrada al hablar de la Unión Hispánica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario